Ma’ si, me tomo un taxi. No sé cuánto tiempo me va a llevar llegar desde Caballito hasta la facu, es el primer día de clase y no quiero llegar tarde. Además no tengo monedas y no decidí todavía si me conviene viajar con colectivo-subte o con subte-colectivo. Veinticinco pesos después estoy en la puerta de Santiago del Estero. Ya conocía el nuevo edificio pero ahora, con tanta gente, me asemeja una fiesta. Estoy contenta. Hay luz. Hay sol. Hay colillas de cigarrillo en el piso (¿a quién le importan las colillas en el piso? ¿Será muy pro querer/pedir/intentar que se fume en la enorme cantidad de espacios abiertos que tiene la facultad?). Siempre pensé que las comunidades de cada facultad conservan su edificio a imagen y semejanza de cómo piensan la sociedad en la que viven. ¿Se podrá construir en Sociales un espacio vivo, que exprese las riquezas y diferencias de sus integrantes, pero manteniendo un ámbito de trabajo amigable y cuidado? (¿a quién le importa el espacio de la Facultad? ¿Será muy pro querer/pedir/intentar que se cuiden los espacios en común, de manera que inviten al intercambio, al encuentro, al debate?). ¿Este edificio dará cuenta de que estamos en una realidad que parte de un piso distinto –cada uno evaluará cuán distinto–pero distinto al fin? Subo a un aula que tiene vista a una cúpula redonda, creo que es la de la Iglesia de San José (favor de confirmar). Estoy algo emocionada cuando comienzo a hablar con mis alumnos. Les recuerdo que llegamos a este primer día después de un complejo proceso de conflicto estudiantil-docente-institucional. Algunos asienten. Pero en general, me queda la sensación de cierto acomodamiento a lo dado, cierta naturalización del hecho que estemos todos en ese ámbito con luz y con sol. Termina la clase y bajo a hacer algunos trámites en la ventanilla de profesores por lo que paso por la sala de profesores que funciona en un pasillo… de profesores. Es raro ese lugar. Es transitorio ¿no? Seguramente es transitorio. Una colega me propone recorrer algunos espacios del edificio. Salimos las dos conversando sobre ese primer día. Sobre cómo hacer para generar acciones concretas que activen en toda la comunidad educativa la reflexión respecto de la necesidad de cuidar el edificio, de la importancia de buscar formas de comunicación que tengan en cuenta que más importante que estar (los carteles, los escritorios, los afiches) es llegar (a ser tenidos en cuenta, a ser leídos, a ser interpretados) a la/s mayoría/s. Exploramos los boliches circundantes para almorzar algo. Desechamos el de enfrente sin mucho motivo. Mientras seguimos conversando descubrimos una librería que hace poco no estaba, me pregunta dónde está El Zócalo, le cuento que en la otra cuadra hay una especie de espacio de arte, vemos la bicisenda y especulamos que las dos llegaremos en bici a la próxima clase (je). Almuerzo mediante dejo a mi colega en su colectivo y comienzo a caminar por Carlos Calvo con rumbo desconocido. Dejamos atrás a un hombre grande con un auto grande al que hacía subir a una prostituta; pasamos por una fábrica de grissines y miramos como salían cientos de palitos de una máquina. Después, Telefé Noticias, el Bar Mágico, una casa distinguida como patrimonio histórico de la Ciudad, edificios racionalistas del 50 y edificios minimalistas del siglo XXI. Recuerdo que a pocas cuadras, en Virrey Cevallos, está el edificio de un Centro Clandestino de Detención recuperado para ser espacio de la memoria. Casi llego a Entre Ríos y la sensación de descubrimiento, de revelación de una ciudad que no conocía o a la que no le había prestado atención, comienza a desvanecerse. Pero el sol sigue ahí y definitivamente, hay vida más allá de Parque Centenario. Ya mi colega me manda un SMS para preguntarme cómo podríamos llamar al blog donde contar nuestras primeras sensaciones y quizás algunos quieren compartirlas y agregar algún comentario y sino no importa. Nosotras somos entusiastas (antes, en otro país, se decía voluntaristas). Le tiro: miprimerdiaenelnuevoedificio.blogspot.com ¡muy largo! Propone: socialesquerido.blogspot.com ¡muy naif! Contraataco: santiagoquerido.blogspot.com ¡un viejazo! Ya veremos. Es tarde ¿Qué me tomo para llegar a casa? Pucha, no tengo monedas. Taaaaaxiii…
Beatriz
Esta bueno iniciar la reflexión colectiva sobre nuestro nuevo edificio, en particular me preocupa que se repitan la invasión gráfica en la facultad, las fuerzas políticas deben entender, y especialmente si estudian comunicaciones, que la saturación con publicidad, política o no, no convence de per se, y aleja a los estudiantes de la misma y nuesto espacio queda horrible y no propicia un ambiente para la enseñanza. Tampoco se debe discutir si es pro o progre. Que haya espacios para carteles esta bien, pero todo lleno de carteles es abuso, además la gente seguira a las diferentes corrientes por sus políticas y no por la cantidad de carteles. Por último la obligación de cuidar el nuevo edificio es de todos incluso de las corrientes políticas, que no lo hacen. Mi primer día de clases me sentí mal al ver que se repiten el mismo modelo
ResponderEliminarHola Bety y Xime!
ResponderEliminarMi primer día de clases me sentí con ganas de hacer muchas cosas, con un espacio nuevo que espera que lo hagamos ser lo que querramos que sea! También sentí apatía y naturalización. Mi pregunta es: Ahora que estamos acá, ¿qué vamos a hacer? ¿Qué nuevas conexiones, expresiones, ideas y proyectos surgirán? La deliro con una apuesta fuerte a lo transdisciplinario.
También creo que dialogar con otros nos significará distribuir espacios y que tanta infoxicación con más de lo mismo tapa la emergencia de lo nuevo. Espero que estemos abiertos a diseñar espacios en los que demos lugar a nuevos tipos de interacciones.
Fui un día en colectivo y un día en subte, aún no me habitúo. Por lo pronto, anoche me tomé una cerveza en Los Caminantes...
Hola es la primera vez en mucho tiempo que no voy a cursar, aunque tuve la oportunidad de conocer la nueva sede y quedé encantada. Espacios amplios, escaleras amplias, nosé si alguno recuerda la escalera secundaria de Marcelo T.
ResponderEliminarTambién recuerdo las grandes marchas, las luchas, los pedidos por un edificio digno y finalmente creo que se dió. Ahí lo tenemos, es nuestro de todos, sobretodo de quienes lo habitan pero también de quienes supimos desearlo y soñarlo.
Coincido con que la polución informacional daña a todos, y si quieren también a quienes quieren ser leidos, realmente espero que de forma creativa, colorida, comunicativamente innovadora encuentren la forma de no invadir la mirada ajena y así invitar a informarse.
Saludos, nos vemos en mi último final.
El peso del estilo (enviado por Claudia López Barros)
ResponderEliminarDejé a mi hijo menor en la escuela a las 8.15, caminé cuatro cuadras y me tomé el Subte E, poco frecuentado por mí, fiel al A y a sus viejos vagones que adoro.
Me bajé en San José luego de mirar el mapita del vagón, hice rápido y caminé por Santiago del Estero hasta la nueva sede de la Facu. Vengo bien con el relato, casi en tiempo real, respetando mi estilo…
Subí las escaleras, una escena un tanto caótica de grandes paneles que iban y venían, militantes que traían y movían los desvencijados escritorios de Ramos con los carteles colgando y la gente de bedelía que trataba de poner un poco de orden en el cuadro.
Seguí caminando buscando el aula 3 y me llamaron la atención los pisos ¡lustrados!, la amplitud de los pasillos, los ventanales grandes, las claras paredes y al llegar, los bancos nuevos de las aulas.
El teórico no necesitó micrófono, lo que permitió una escena más amigable y cercana con los alumnos en ese primer encuentro.
El pasillo de salida del aula, al finalizar la clase, mantenía su amplitud, cierta sensación de libertad me provocaba este espacio, sin embargo al girar y tomar el pasillo de salida hacia la puerta principal los carteles se habían multiplicado, las mesas y algunos armarios ocupaban una buena porción del espacio reduciendo considerablemente la entrada/salida.
Mientras caminaba, no podía dejar de asombrarme la similitud de todos los carteles más allá de su extracción política. Ese papel afiche que se repite y varía acaso el color, las letras pintadas a mano, los carteles “vistiendo” (colgando) de las mesas.
Voy pasando y ese pastiche se me hace repetitivo, como en serie, tal vez porque instala la escena de Ramos, de MT, en la que uno ya entraba y la conjunción hiperbólica de carteles se sumaba a los murales de una estética tan alejada de mi gusto.
Ahí pensé, esto es algo que voy a trabajar con mis alumnos: la censura ideológica (al decir de Metz). ¿Por qué las agrupaciones políticas de Sociales, no pueden romper con este folklore del amontonamiento de carteles, no pueden quebrar con esas configuraciones retóricas de comunicación? Por un lado les pesa el estilo, claro, como a todos.
Pero no deja de resultarme llamativo que, teniendo en cuenta que en esta sede está la carrera de Comunicación, no haya alumnos-militantes que puedan vencer la censura que les mutila la creación, la de nuevas formas del decir, las de nuevas maneras de comunicar.
Me pregunto: ¿Los blogs serán así de atiborrados? ¿Se juegan a la polución visual también en la web?, ¿Podrá darse un debate sobre las posibilidades de comunicar antes de invadir todo el espacio?
A la salida decidí caminar un buen rato para sacarme de encima esa sensación de Déjà vu que me había dejado el último pasillo, un tanto asfixiante.
Por un tema de espacio se publica en dos entradas el comentario enviado por Gastón Erdosain (¿pariente lejano del personaje de Arlt, quizás?)
ResponderEliminarFábrica sin patrones (I)
Caminamos. Para quienes venimos del sur del conurbano, Constitución es un verdadero triunfo histórico. No hace falta más que hacer unos pasos desde la plaza hasta la sede. Qué mejor lugar para poner una facultad de sociales: objetos de estudio por todas partes se pasean, como si se resistieran a ser cosa, como si tuviesen voz propia, pensasen, sintiesen, ingobernables por toda palabra soberana. Putas y travestis por doquier, obreros viajantes, chinos cada media cuadra y puestos de comidas que ningún estudiante de medio pelo probaría en su vida, ni siquiera si un día, conmovido, se proletarizara. ¡Al fin, la clase obrera a las puertas de las facultades! ¡Y sólo había que tomarse el subte a Constitución! ¡O el tren! ¿Cómo no lo pensamos antes? ¡Imagínense el día glorioso en que vayamos a dar cátedra a Plaza Constitución! ¡O el día en que, radicalizados, tomemos el mismo tren que las multitudes malolientes! ¿Y no es que transitamos esas mismas líneas de montaje de la precarización de la vida para acercarnos a las facultades? ¡Qué esquizofrenia! ¡Qué espectáculo! Definitivamente, hay vida más allá de Parque Centenario. Arlt se relamería de vernos aparecer entre los bajos fondos, qué bichos raros muñidos de morrales seremos. Los días de facultades ebrias pensábamos que las clases no tenían patrón. Clases autoorganizadas se pusieron en funcionamiento por todas partes, haciéndose del espacio holgazanamente rotulado como “común”, inventándolo. Algunos profesores se tropezaron aquellos días, enredados con sus palabras. Las ecuaciones se mostraron algo bastante más complejas, irreductibles a la última palabra apropiada. Y las creencias mostraron que sus presupuestos eran precarios. Los problemas emergían, en el entuerto, en la piedra en el zapato. Es sabido, no se pueden desatar los problemas, mas sí es posible buscar entre ellos, disparatarse en el lenguaje, encontrarse en él. En lugar de obstinarse, bien hubiesen hecho nuestros sacerdotes en pensarse envueltos en esta perplejidad. Como niñas y niños que buscan, arroparse en las preguntas. Hoy, incorporados en la nueva sede, esa que tanto nos costó lograr, una cosa nos conmueve: el auditorio guarda una promesa, la de las asambleas autónomas que allí tendrán lugar cuando nosotras/os nos hagamos del espacio comunal (continuará)
Por un tema de espacio se publica en dos entradas el comentario enviado por Gastón Erdosain (¿pariente lejano del personaje de Arlt, quizás?)
ResponderEliminarFábrica sin patrones (II)
(...) Hay algo que está como incrustado al espacio, indiscernible. Y es el encontrarnos nosotras/os, como tejidos en él, envueltos en nuestra mundana presencia. El gobierno de los espacios quiere la pulcritud de lo privado. Toda una metafísica se nos aparece así. No que pisemos el espacio, dejando nuestras marcas, sino que éste nos pisotee a nosotras/os. La facultad no es lugar de mero pasaje, otro de los tantos que en las metrópolis urbanas se ensamblan. Las bicisendas que a pocos metros de ella se tienden, presuponen el autismo, esto es, el gobierno de los autos, no el autogobierno. El juego de palabras no es por ello menos significativo. Lo que llamamos gobierno de los autos arma subjetivaciones, individuaciones. El autismo quiere que aquella vieja figura que se encarnaba en el plano de las ciudades, haciéndose acomunándose, emplazándose en ella –esto es, el ciudadano-, no tenga lugar más que en la movilización generalizada –y entonces el autista como privación de lo común-. La pura circulación por los pasillos, sin nada que la detenga se parece a este orden auto(in)movilizador que nos arranca lo común. Autismo. La pregunta que vamos mascullando, mientras nos apresuramos en alcanzar el último bondi: ¿qué tiene que ver el edificio único con el desmantelamiento de lo común? ¿Se nos dice así que hemos consumado el ansiado fin de la historia?
Omitimos la primera parte de las impresiones de Gastón Erdosain. Aquí van.
ResponderEliminarFábrica sin patrones (comienzo)
Desde el trabajo hasta la facultad se hace una hora y pico. Tren o bondi, es lo mismo. Mientras el 148 agarra envión, nos tomamos el laburo de garabatear algunas impresiones sobre la sede nueva, esa que bien conocemos, puesto que traemos puesta. Impresiones que son confusas, intercaladas entre imágenes que para nosotras/os siguen estando ahí. Asimismo, éstas no hablan en lugar de nadie, sobre nadie. Nada hay que representar aquí. No nos hacemos del espacio hasta que no hemos hecho las cosas más impensables en el mismo. Entrar de nuevo a la facultad nos trae recuerdos de la calurosa noche de invierno en que decidimos que a las/os estudiantes nos hacía falta un comedor, un bar, un espacio común para el encuentro. Y es que hay un tiempo escurriéndose por debajo del tiempo. Recordemos sino al tomate que está tendido en la mata y viene un hijo de yuta y lo mete en una lata… Si nos detenemos a ver, bajo la planicie de los pasillos, ahí están las luchas que persisten en la mudeza de la experiencia. Sólo hay que despegar la costra, las durezas de la normalización y emerge, como un hueco de aire que inquieta. Interrumpiendo el ruido de fondo, el palabrerío, donde antes funcionaba una máquina, un aula, la Nº 6, allí encontramos que podía tener lugar un comedor estudiantil. Y lo levantamos con el trabajo acomunado de las/os compañeros estudiantes y trabajadores de organizaciones sociales. Gran noche aquella. Frente a los portones de la facultad, la burocracia nos venía a visitar. Y es que burocracias hay muchas, encarnadas en el plano que les es propio. Nuestra fábrica de palabras autogestionada. Y los rompehuelgas que nos violentan. No éramos muchos esa noche aguantando los portones. Los provocadores y nosotras/os. La mayor parte, cerca de 1000 compañeras/os, fueron hacia un colegio secundario –recordemos que los pibes habían dejado claro que no iban a dejar que la falta de presupuesto se les viniera sobre sus cabezas- al cual una patota había ido a amedrentar, disciplinar. La asamblea que veníamos realizando se interrumpe para ir a efectuarse a las puertas del colegio. ¡Y no saben qué linda imagen la de la vuelta de las/os compañeros regresando en medio de la noche! ¡Imagínense la cara de la gente que abría sus balcones para ver la asamblea itinerante que surcaba plena Av. 9 de Julio entradas las 2 de la mañana! Y sí, es que el edificio único lleva inscripto en sus paredes la ebriedad de las/os tomadores que se amucharon en asamblea sin propietarios (el texto continúa en las entradas anteriores Fábrica sin patrones I y II).
Levantado del blog nodamoscatedra.blogspot.com
ResponderEliminarPrimera Parte
Conocí el edificio de Santiago del Estero el año pasado. Después de una de las primeras asambleas que se hicieron en Ramos, algunos estudiantes de Comunicación nos fuimos al futuro edificio único. En Trabajo Social no eran muchos y había que “ponerle el cuerpo a la toma”, como decían los chicos en aquel entonces.
Caminábamos por Franklin, con un par de compañeros, cuando uno se dio cuenta de que solo tenía dos pesos.
–Y después me tengo que volver a mi casa –dijo.
–Ma’ sí, tomemos un taxi –respondió el otro.
–¿Vos sos bobo? –le dijo el primero–. Te digo que compré unos apuntes y tengo dos pesos nomás.
–Yo tengo cinco –contestó–. ¿Vos? –me preguntó.
–No sé, dos o tres también.
–¿Con cinco pesos vamos hasta Constitución?
–¿Cuánto hace que no te tomás un taxi?
–No sé… Cuando era chico me corté una mano y mi mamá me subió a uno, pero creo que no lo pagamos.
Desde un costado, una chica nos dijo que no importaba. Somos unos cuantos: hablamos con los del subte y nos dejan pasar. Buenísimo.
Después de hacer combinación entre la línea B y la C, nos bajamos en la estación Independencia. Caminamos por Lima y doblamos en Carlos Calvo. En la esquina de la Facultad, de la mano de enfrente, hay un kiosco que dice Wi-fi. El “problema” es que al kiosco no se puede entrar, ni hay mesas para que uno se siente. Qué loco, ¿no? Debe ser para que se conecten los que tienen teléfonos inteligentes, mientras se compran unos chicles.
Tengo que confesar que, al entrar, el futuro edificio único me impactó. No había carteles (¿no se puede manifestar ideas políticas sin saturar de afiches el espacio público?) y el piso estaba impecable. ¿Será muy pro querer/pedir/intentar que se cuiden los espacios comunes, de manera que inviten al intercambio y al debate? Dijo Voltaire hace mucho tiempo: no comparto tu opinión pero ofrecería un hígado para defender tu derecho a expresarla, mientras no lo hagas en las paredes de la Facultad.
Después de caminar un poco por el edificio, pude comprobar algo muy importante: los inodoros estaban desinfectados; mis “nalgas” iban a poder entrar en contacto con la tabla sin temor a contagiarme de algún hongo mal habido. ¿Será muy pro querer/pedir/intentar sentarme en un inodoro de la Facultad sin contagiarme de hongos? ¿Será muy pro preguntarme todo el tiempo si lo que pienso es muy pro?
Estábamos en que, hace un año, fui a Constitución a “ponerle el cuerpo a la toma”. Eran las semanas en las que hacíamos blogs para “difundir los reclamos”, como se decía en aquel entonces. Es para celebrar que ahora sean para contar las primeras impresiones que tenemos del edificio único, y no para pelearnos entre nosotros. Porque, como dice el sentido común –que es el mejor de los sentidos–, si todos tiramos para el mismo lado, arañamos un 440.
La noche que conocí el edificio de Santiago del Estero comimos pizza de Ugi’s. A diferencia de Ramos –donde los chicos y chicas de La Barbarie cocinaban para “tomadores” y “tomadoras”–, en Constitución no había cocina ni gas. Creo que no estuvo bien: los fondos del Centro de Estudiantes se usaban para pagar pizzas de Ugi’s. Esos 0,001 pesos que nos cobraban de más en cada apunte fotocopiado, fueron a parar a los estómagos de quienes pasamos esa noche en Constitución. Igual, no tengo remordimiento. A diferencia de lo que se piensa, fue precisamente para acabar con este flagelo –para combatir la dilapidación de los fondos del CECSO– que algunos decidieron construir un comedor. En aquel entonces, me pareció una buena idea.
Cuando me pongo reflexivo, pienso que las comunidades de cada facultad mantienen su edificio a imagen de cómo piensan la sociedad en la que viven. Si ustedes se fijan, en Ciencias Económicas, donde ignoran La ideología alemana y El capital, son los pisos superiores los que sostienen la planta baja.
Levantado del blog nodamoscatedra.blogspot.com
ResponderEliminarSegunda Parte
En Sociales, conocemos de pe a pa la relación entre la base y la superestructura; es por eso que el futuro edificio único es tan sólido. Pero, en otros aspectos, hacer una sede a imagen de la forma en que pensamos la sociedad en la que vivimos nos creó algunos problemas. No sé si fue por la influencia de los estudiantes y los profesores de Sociología –no quiero ser prejuicioso–, pero me parece que sobreestimamos la utilidad de la estadística. Este año ya no curso, yo no las vi. Pero –según me contó un compañero– había aulas que eran muy amplias, por lo tanto, pusieron un durlock y, donde podía cursar una comisión, ahora pueden cursar dos. En las aulas originales había un par de aires, para combatir el calor, y unas cuantas estufas, para paliar el frío. (¿Los estudiantes de Sociales no nos merecemos cursar con una temperatura propicia para estimular el pensamiento?). El problema es que los aires y las estufas estaban en las mismas “paredes laterales”. Ahora, me dice mi compañero, hay aulas que tienen dos aires y unas cuantas estufas, y aulas que no tienen ni unos ni otras. Es cierto, si bien es bueno cursar con un clima propicio, el calor artificial de una estufa puede imitar, pero no puede igualar el calor del sol. El “problema” es que, en algunos salones, también falta el switch para prender las luces, porque está en el salón contiguo. Las estadísticas nos dicen que por cada dos aulas hay dos aires y cuatro estufas. Sin embargo, en la realidad, algunas comisiones van a tener más de lo que precisan y otras van a tener menos: una metáfora del sistema un poco desigual en el que vivimos. Ahora que lo pienso, posiblemente quienes decidieron poner los durlocks lo hicieron para recordarnos esas desigualdades. Para recordarnos, precisamente, que las ciencias –y, sobre todo, las ciencias sociales– no están separadas de la “realidad” en la que se insertan.
Un profesor dijo: -Chicos, lo que cambió es el edificio, ¡no la facultad!
ResponderEliminarNosotros seguimos siendo los mismos. Pero creo que no nos dimos cuenta que el edificio cambió. O no somos conscientes de lo que costó, de lo que tenemos.
Antes tirar una colilla de cigarrillo en el pasillo no significaba más que una colilla más. Un poquitito más de mugre, entre tanto cartel, tanto tacho de basura rebalsado, tanto cable colgando.
Hoy la collilla desentona con las paredes pintadas y el piso limpio. Pero nosotros seguimos siendo los mismos: en el baño los tachos están rebalsados y ya hay puertas rotas.
Deberíamos haber construido un cambio de mentalidad desde siempre, la colilla no va en el piso sea en un lugar sucio o en un lugar limpio.
Nos estamos formando con la intención de cambiar algo, no digo el mundo, pero desde nuestro lugar generar cosas nuevas como ciencistas sociales, y seguimos tirando el pucho en el piso sin importar si después en ese mismo lugar nos vamos a sentar a leer algún apunte.
Deberíamos replantearnos de qué manera nos estamos construyendo como profesionales.
Mi primer día en el nuevo edificio fue muy impactante. Salí corriendo del trabajo y llegar se me hizo imposible, pasar de estar a diez minutos de bondi contra una hora con combinación de los mismos, no me gusto para nada. Pero al llegar ahí y ver las paredes blancas, los baños impecables, las aulas con mucha claridad y limpia, hizo que, el desastroso, primer viaje valiera la pena. Espero que todos podamos mantener el edificio como lo encontramos el primer día y que no nos olvidemos que es un lugar a cargo de todos, que depende de nosotros elegir en que condiciones estudiar.
ResponderEliminarTengo poca experiencia en Sociales, pero estuve varios años en FADU y, como sugerencia para mejorar el rendimiento de las clases, considero que se podrían tomar en cuenta varias prácticas de esa facultad; como, por ejemplo, la admisión de militantes...cada agrupación tiene su mesa (decir stand quería totalmente fuera de lugar)todos aquellos que quieran A VOLUNTAD ser partícipes pueden acercarse y serán bien recibidos, no es necesario que se interrumpan, sin falta, todas y cada una de las clases dictadas. Considero que a la facultad se asiste, principalmente, para aprender, para satisfacer nuestra sed de conocimientos, y no para bajar línea de uno u otro partido político. Con esto no quiero decir que hay que excluir la actividad política, sino que la practiquen sólo los que así lo desean.
ResponderEliminarNo llevo registro de los años, recuerdo la primera vez que me obligaron a firmar una fecha, fue alrededor de 1995. Después de ese evento supe confundirme y establecer el tiempo en acontecimientos, así que voy a decir que conocí lo que iba a ser el edificio único en el 2008, puede que no sea así, y que lo haya conocido en el 2010, pero prefiero afirmarlo hasta que se cansen de negarlo.
ResponderEliminarFue en el 2008 durante una asamblea, en una toma de la facultad, y me llamó la forma de universidad que tenía el edificio. Tal vez devenía acostumbrado a la forma de fábrica, y sus patrones (I y II). No tanto, creo que esas experiencias comenzaron a surgir de las tomas, antes no percibía el edificio, ni a la universidad, ni a lxs estudiantes.
Es increíble como puede olvidarse la no gratuidad de la universidad, se puede estar a unos veinticinco pesos de la puerta de Santiago del Estero, se puede estar a 19$ de varixs autorxs. De todas maneras me gusta estar a 2,20 o nada de la facultad, preferiría que fuera siempre estar a costa de mi motricidad activa, pero es otro tema.
¿Cómo cuidar algo que se nos arrebata constantemente? Personalmente cuido de aquello que me acobija, que me recibe, que me responde. Este edificio me sigue rechazando: centraliza, jerarquiza, burocratiza, me expulsa. Más que cuidarlo, intento habitarlo, acercarme, rodearlo. Me avisa que se armó de una estructura que me prohibe limpiarlo, pintarlo, habitarlo; que hay una uniformización para aquellxs que sí poseen la legitimidad de producir este mantenimiento.
Ahí no puedo sentarme, esparcirme, leerme, discutirme, sociabilizarme salvo bajo las alas áulicas y sus condiciones.
Ahí no puedo comer, y debería estar 5hs semanales aproximadamente? 5 de las 8hs que no están ocupadas para asegurarme la comida, el techo y el descanso?
No sabría que cuidar, a la sociedad la pienso como aquello que debe ser normativizado para garantizar la reproducción de instituciones que sean bajo la imagen estatal, no hay nada que cuidar allí.
No, no hay punto de comparación entre un grisín y una puta. La puta sometida y expuesta a las salvajedad de la sumisión de su cuerpo alx otrx. Acaso las únicas conexiones podrían ser la proximidad territorial y la producción de una ganancia, pero no estaríamos así olvidando la no subjetividad del grisín? Obviando el hecho de la innecesaria matanza de animales para su producción.
Algunas agrupaciones políticas de sociales pudieron romper con este folklore del amontonamiento de carteles, ahora nos rodean lápidas de consignas partidarias, la palabra muerta nos acecha (?).
Tal vez ya lo vieron, tal vez no...como sea, acá lo dejo! una manera distinta de tratar el tema!
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=dXALIlKNl2U&feature=player_embedded